miércoles, 15 de octubre de 2008

Sarkozy y el Laicismo Positivo

(Artículo del autor publicado en Temas del Laicismo Chileno)


El laicismo en Francia tiene su fe de bautismo en la ley del 9 de diciembre de 1905, en la III República francesa, que estableció la separación de las Iglesias del Estado. Esta ley declaró que la República asegura la libertad de conciencia y garantiza el libre ejercicio de los cultos; también señaló que la República no reconoce, no paga ni subvenciona culto alguno. Por otra parte, la actual constitución francesa establece en su artículo Primero que Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. El carácter laico del Estado se aplica también a la enseñanza pública, disposición destinada a preservar el ambiente libre de influencias ideológicas en la formación de los educandos. Recientemente en 2004, una de las medidas más debatidas en la sociedad francesa, la prohibición de portar signos religiosos en las instituciones escolares públicas, ha sido el resultado de una interpretación de la autoridad respecto de las exigencias que implica una escuela pública laica.

El carácter laico del Estado francés constituye un acervo de la cultura francesa, y, como tal, ha sido asumido por todos los gobiernos, de variado signo político. Sin embargo, el advenimiento a la Presidencia de la República de Nicolas Sarkozy ha traído un inesperado debate acerca del laicismo francés, como consecuencia de sucesivas intervenciones públicas del primer mandatario galo, que han culminado con la reciente recepción que brindara en París al Papa Benedicto XVI.

Sarkozy dio el primer aviso en un publicitado discurso que pronunció en su visita a San Juan de Letrán en diciembre de 2007, ocasión en que se le concedió el título de canónigo de honor de la Basílica. Reconociendo que la laicidad es un hecho insoslayable en su país, Sarkozy señaló que nadie discute que la laicidad es actualmente una libertad de creer o no creer, de practicar una religión, de cambiar de religión, libertad de los padres de dar a los hijos una educación conforme a sus convicciones y libertad de no ser discriminado por el Estado debido a su creencia. A continuación, sin embargo, Sarkozy emprendió una vigorosa crítica de la práctica del laicismo, señalando que éste no debería negar el pasado religioso, acusando que el laicismo habría querido cortar las raíces cristianas de Francia, las que, por el contrario, a su juicio, deberían ser asumidas, sin perjuicio del carácter oficialmente laico que establece la constitución francesa. El fundamento de esta propuesta sarkoziana es que, según él, la religión constituye una necesidad esencial en el hombre, especialmente tras la decepción de las ideologías.





Expresó Sarkozy:

“A partir del Siglo de las Luces, Europa ha experimentado muchas ideologías. Ha puesto sucesivamente sus esperanzas en la emancipación de los individuos, en la democracia, en el progreso técnico, en el mejoramiento de las condiciones económicas y sociales, y en la moral laica. Se extravió gravemente en el comunismo y el nazismo. Ninguna de estas perspectivas – que evidentemente no pongo en un mismo plano- ha estado a la altura de colmar el deseo profundo de los hombres y de las mujeres de encontrar un sentido a la existencia”.

Y a continuación, el Presidente de la República francesa enunció las frases más incompatibles con el laicismo que su dignidad representa, al decir, por ejemplo, que es de interés de la República que haya muchos hombres y mujeres con fe. O cuando señaló que la República tiene interés de que exista una moral inspirada en convicciones religiosas. O cuando se lamentó que la República no haya tenido interés en validar los diplomas de teología, como si la República, dijo, no tuviera interés en la existencia de los ministros del culto.

En la última parte del discurso de San Juan de Letrán, el presidente francés se animó a aleccionar al laicismo. Como para justificar la instauración de una moral religiosa en un estado laico, afirmó que la moral laica arriesga siempre agotarse, en tanto no se encuentra adherida a una esperanza que satisfaga plenamente la aspiración a lo infinito. Además, señaló que una moral desprovista de lazos con la trascendencia queda enormemente expuesta a las contingencias históricas y a la superficialidad. Por ello, el presidente propuso el advenimiento de una laicité positive, en sus palabras, un laicismo que velando siempre por la libertad de creer o no creer no considere a las religiones como un peligro, sino como un bien.

Pocos días después del discurso de San Juan de Letrán, en enero de 2008, en una visita a Riyad, y ante el Consejo Consultivo de Arabia Saudita, Sarkozy quiso dejar en claro que su concepción de laicismo positivo no está dirigida solamente a la Iglesia Católica sino al fenómeno religioso en general, incluyendo a protestantes, judíos y musulmanes. En el discurso de Riyad, Sarkozy liberó a las religiones de culpabilidad por sus horrores, adelantándose a precisar que los crímenes cometidos en nombre de la religión no han estado dictados por el sentimiento religioso, no corresponden a la piedad religiosa ni han sido dictados por la fe, sino por el sectarismo, el fanatismo y la voluntad ilimitada de poder, separando así los adjetivos perversos de la esencia religiosa. En este discurso, Sarkozy generalizó lo que en San Juan de Letrán había particularizado para la Iglesia Católica: las religiones están en la esencia de toda cultura y de toda civilización, y por ello sobre su base debe fundarse la política de civilización en el mundo de hoy.

Por último, el 12 de septiembre de 2008, Sarkozy recibió a Benedicto XVI en el Palacio del Eliseo en París, y en su discurso de bienvenida, hizo nuevamente un llamado a un laicismo positivo, que caracterizó esta vez como “un laicismo que une, que dialoga, y no un laicismo que excluye o que denuncia”. Anunció asimismo que en las discusiones sobre bioética referidas a genética y procreación, próximas a realizarse bajo la denominación de Estados Generales de la Bioética, dispondrá que estén presentes las tradiciones religiosas. Finalmente, Sarkozy atribuyó a las religiones, y en particular a la Iglesia Católica un lugar en la lucha por la dignidad humana, afirmando que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, suscrita en París en 1948, fue el resultado de una convergencia entre las grandes tradiciones filosóficas y religiosas de la humanidad.

El conjunto de discursos de Sarkozy, en San Juan de Letrán, en Riyad y en el Eliseo, emitidos en un período de tan sólo 10 meses, han tenido amplia repercusión en Francia y en el mundo occidental, puesto que insinúan una idea modificatoria respecto de las características seculares del estado laico francés y de la posición consecuente que hasta aquí, desde la III República, han asumido sus gobernantes. En efecto, el presidente Sarkozy ha abierto un significativo frente de discusión al propiciar un “laicismo positivo”, que es una forma de denominación atractiva, que otorga una connotación positiva a un cierto tipo de laicismo, del cual él se considera su promotor. Sin embargo, a juicio de numerosos analistas, la revisión de las expresiones a través de las cuales Sarkozy busca distinguir al “laicismo positivo”, dejan claro su interés de que la República francesa recupere la consideración de institución fundada en la tradición cristiana, y que el Estado se inunde de su moral, retrocediendo a un estado anterior a la ley de 1905.

Visto así, no resulta extraño que los discursos de Sarkozy hayan recibido una dura crítica del mundo del laicismo en Francia. L´Observatoire Chrétien de la Laicité, a través de su Secretario, Jean Riadiger, emitió un comunicado después del discurso de San Juan de Letrán afirmando que “Sarkozy no habla en su discurso a nombre todos los franceses, ni sólo de los cristianos, ni siquiera a nombre de los católicos de Francia, sino en nombre de una sensibilidad católica tradicionalista que asume como la suya .... y la de toda Francia. El Presidente de la República ha expresado convicciones personales, espirituales e incluso religiosas, poniendo en cuestión gravemente el ejercicio laico de su función”.

La filósofa francesa Catherine Kintzler, autora del libro Qu`est-ce que la laicité?, señala que el concepto de “positivo”, que aparentemente enriquece el concepto de laicismo, por el contrario, lo vacía de sentido. Laicismo, dice, significa que no es necesario creer en algo para fundar el lazo político. El planteamiento de Sarkozy sería exactamente opuesto al laicismo, pues estaría afirmando que sin creencia religiosa no hay lazo político. Por lo demás, afirma Kintzler, el laicismo no requiere ser adjetivado de positivo, pues nada hay más positivo que el laicismo en cuanto es productor de libertades políticas y jurídicas, como no lo han sido las religiones, a las cuales sí cabría animar a que fueran positivas, en el sentido que Sarkozy pretende para el laicismo.

El articulista Pierre Hayat, en el diario francés Resublica, del 10 de enero de 2008, señala que afirmar, como hace Sarkozy, que la moral vale sólo si se apoya en creencias religiosas equivale a negar la posibilidad de una moral laica. Asimismo, sostener que la religión preservaría la moral laica del fanatismo es olvidar que las morales religiosas que pretenden trascender las contingencias históricas están precisamente amenazadas de fanatismo. Las guerras de religión y la persecución de herejes se realizan en nombre de un absoluto indiscutible que trascendería las contingencias históricas. El laicismo, precisamente, hunde sus raíces más antiguas en una protesta en contra de las guerras de religión y del odio teológico. Por último, afirma Hayat, la insistencia de Sarkozy en las “raíces cristianas de Francia”, que se suponen absolutamente buenas, implican desconocer la pluralidad de las herencias espirituales, y a ocultar que la Iglesia Católica se opuso, por lo menos en una primera época, a los derechos del hombre, a la enseñanza laica, así como a las grandes leyes emancipatorias del siglo XX, que contribuyeron a modelar el rostro de una Francia universalista y progresista.

Los discursos de Sarkozy han agitado un tema que se tenía por resuelto en la medida que los gobernantes franceses habían asumido hasta ahora, sin adjetivaciones, el carácter laico del Estado y la obligación de proceder en materia religiosa con absoluta independencia de sus personales creencias o preferencias. Al introducir el concepto de “laicismo positivo”, Sarkozy insinúa un atentado al funcionamiento laico largamente consensuado del estado francés, revelando su intención de asociar las decisiones públicas a una moral inspirada en las “raíces cristianas”, cuestión que no sólo atenta contra el laicismo, sino que pone gravemente en riesgo la estabilidad social francesa que, como es sabido, deviene crecientemente multiculturalista.

Empero, Nicolás Sarkozy ha proporcionado a los movimientos laicos franceses, inesperadamente, la oportunidad de acudir también a sus más profundas raíces intelectuales y espirituales, para fundamentar la vigencia permanente del laicismo en la sociedad moderna.

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